martes, 30 de agosto de 2011

London is Calling!

La noche era fresca, y yo, como de costumbre, llegaba tarde al pub inglés.
Round Midnight escrito con letras doradas con el dibujo de un gato al lado. Borrachos andando por la calle, el viento me daba escalofríos.
Entré.
Nada más empujar la puerta sentí el calor, mis oídos se llenaron de música. De rock&roll, mi viejo amigo.
Una Guinness negra, algo con whisky. Chicas con vestidos de los 60 bailando, moviendo los brazos, sintiendo la música. Chicos con camisa, chupa de cuero y gomina en el pelo. A ese bar no ha llegado el sigo XXI.
Tragué más cerveza.
No era posible. El grupo acababa de empezar con los acordes de Johnny B. Goode.
Abrí los ojos, me levanté, grité, me moví al centro del bar y simplemente me dejé llevar.
Me movía, gritaba, saltaba, es el único sitio donde puedes bailar el rock de verdad  ser uno más. Donde el saxofón suena entre el público, la armónica vibra y los solos de batería son eternos...
Después vinieron más... Satisfaction, Born to be wild, Knockin' on Heavens Door y finalmente, Fire.
El guitarrista deslizaba su vaso por las cuerdas, tocaba con la guitarra en la espalda, tocaba con la lengua. Y detrás suyo estaba en un póster Hendrix. Y yo le miraba a él. Al guitarrista zurdo de Seattle...
Porque en aquel momento, quien estaba en la sala era Jimi, con su Fender blanca, con su pelo rizado y con su cinta en el pelo. Y cantaba con su voz. Y mis aplausos fueron para Jimi.
Notaba el calor, el pelo golpeándome en los hombros, la voz rota. Lo que notaba era el rock por las venas. Cada célula de mi cuerpo lo sentía.
Y el concierto acabó y en mi vaso con whisky ya sólo quedaban hielos.
La realidad volvió rápidamente. Ya no eran los 60 y el sueño había terminado. Jimi ya no estaba.
Tenía que encontrar un bus rojo de dos pisos que me llevara a casa. No era un buen sitio para andar sola de noche.
Pero era Londres. Y era mi sueño.

¡PAZ!

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