lunes, 21 de noviembre de 2011

1968

Mis ganas de llorar. Mis ganas de volver. De escribir una canción que llegue a mil corazones.
Mi forma de echar de menos, de quererte, de sonreír, de andar.
Me gustaría escribir una historia que no terminara nunca, manchar miles y miles de hojas de papel con ella. Hablar de París, de música de guitarra y disparos, de flores y de guerra, de amor y de muerte. De vidas, en fin. De tiempos que ya no van a volver. De libros que ya nadie lee. Me gustaría  hablar por todos aquellos que no pudieron, contar su historia, usar las palabras que ellos no pudieron porque les ahogaron.
Quiero contaros todo lo que pasó en un lugar donde nunca estuve. Quiero saber explicar por qué lloro cada vez que escucho esa canción, esos acordes. Por qué no soy capaz de vivir en el mundo real y me escondo continuamente en mis sueños. Por qué es tan difícil quitarme esa melancolía del corazón y de los ojos. Por qué en cada noviembre desde hace años me dedico a mirar las hojas naranjas y las sobras que forman las farolas con lágrimas en la cara.
No sé lo que es una guerra, no conozco la muerte, nunca he luchado...
Y aun así me derrumbo a la mínima que no puedo conseguir algo. Quiero cambiar el mundo, pero no puedo cambiar ni mi propia vida. Ni siquiera soy libre. Soy una cobarde.
Vivo en un mundo de sueños que me he formado donde estoy a gusto, pero es frágil, muy frágil y a la mínima que intentan abrirme los ojos, se derrumba. Quiero que mi vida se vaya gastando entre sueños por cumplir y esperanza de felicidad y libertad, donde podemos volar, no en este mundo real donde me siento tan sola, donde los corazones están podridos y los sentimientos no cuentan.
Voy a hacer de mi vida una novela. Así seré inmortal...

¡PAZ!

miércoles, 9 de noviembre de 2011

When you got nothing, you got nothing to lose.

La ocasión se merecía un poema. Uno como los de Bécquer o Neruda. Un poema que nos hiciera libres.
Fue bajar del tren y verla ahí, como si fuera una de sus fotos, esperándonos.
Desde que la vimos al pisar Pontevedra, hasta que nos despedimos a la mañana siguiente desde el tren.
Sólo una palabra en los labios a través del cristal: "Madrid, Madrid".
Un día con Blackbird. Una aventura con ella.
Correr por Vigo para ver cómo se alejaba nuestro último tren. El taxi en el que Dylan y Joaquín nos hablaron. El argentino rockero y drogadicto que un día aparecerá en tu vida, hijo de cierto taxista. Llamar a Madrid. Besar a Kike. El estudio de casa de Laura. La Estrella. La tienda beatle de Pontevedra. Las cervezas. Buscar pensión. Su acento, el de los dos, mis gallegos. Nerea. Pájaros de Portugal. Chocolate con churros una mañana de domingo.
Ahora me parece un sueño, esas aventuras no le pasan a alguien normal como yo. Esto fue un dia en "la otra realidad" la que parece que está tan lejos, la de esas personas a las que vemos tan poco, pero que están ahí, con su vida y con sus sueños. Y tenemos algo en común, queremos ser libres.
Y aquella noche, aunque sólo fuera durante algunos minutos, lo fuimos. Y nos gustó la sensación de vivir en la carretera sin nada, como un Rolling Stone. Y a mí por lo menos, me queda la esperanza de que momentos como aquellos se repitan, de que todo ésto no se va a perder. Que nunca creceremos tanto como para entender todo eso que se entiende cuando "te haces mayor", que nos une algo que puede al tiempo y a la distancia, que no es que tengamos muchos pájaros en la cabeza y nos inventemos cosas, es que las cosas son así, pero mucha gente no lo entiende, lo ve imposible. Pero yo puedo demostrar que es posible. Que mi hogar no está en un lugar concreto, mi hogar está donde soy feliz. Y allí, en medio de ninguna parte, estaba en casa.
Os quiero, gallegos.

¡PAZ!