martes, 3 de febrero de 2015

Me gustan las personas que son como los árboles. Con la cabeza llena de pájaros, buscando el cielo y siempre creciendo, pero con los pies firmemente hundidos en la tierra, buscando su camino incesantes, partiendo rocas y removiendo tierra si es necesario para continuar, buscando hasta el final aun en tierras áridas, profundizando hasta encontrar un poco de agua. Con una corteza gruesa capaz de soportar incendios, pero con brotes tiernos y pequeñas flores que aparecen para el buen observador. Con fuertes ramas que abriguen de las tormentas y que sirvan de apoyo, y que soporten, elásticas, los vendavales.
Los árboles están en constante cambio. Algunas ramas crecen, se doblan, pueden quedarse escondidas en el interior de la copa, pueden florecer, adoptar formas extrañas, incluso partirse por una mala tormenta o pudrirse poco a poco...
De la misma forma crece y cambia el pensamiento humano, aunque al igual que el crecimiento de un árbol, es un proceso largo, que se va notando a lo largo de los años y que se basa en acumular pequeños cambios.