sábado, 1 de septiembre de 2012

La vida es una farsa.

La vida es dura. Eso ya lo sabía, me lo llevan diciendo siempre. Pero no tanto, pensaba que con una sonrisa y muchas ganas todo se podría sacar adelante.
Y estoy así simplemente por un corazón roto. Madre mía, qué novedad, todo el mundo ha llorado por eso.
No sé... yo antes pensaba que se podía romper y romper y romper y curarse sólo con el tiempo. No había pensado en las cicatrices profundas, oscuras y sangrantes que se quedan para siempre marcadas.
Cada vez más roto, cada vez más negro, fuera del alcance de todo el mundo para que nadie lo vuelva a dañar. Llorando sangre con cada latido. Pum-pum, pum-pum...
Resonando solo. Echa de menos a su mitad. Antes palpitaban juntos, el uno por el otro. Antes sentía.
Y ahora me hace llorar como una fracasada.
Me hace perderme por la ciudad de noche, mirar el cielo frío, lejano y sin estrellas y saber lo que soy de verdad: una soñadora sin sueños, un poeta sin versos, un loco que se cree un genio, un libro sin tinta... otra desengañada más que perdió la ilusión y vive su vida como malamente puede, viendo cómo toda su esperanza se desvanece, hasta que se convierte en un pequeño punto brillante en la lejanía, perdido en el universo.
Todos nos damos cuenta de ésto en algún momento de nuestras vidas:

«La vie est la farce à mener par tous».
Arthur Rimbaud