jueves, 15 de diciembre de 2011

Envole-moi!

Nací el día más frío del verano.
Crecí sola, entre libros, las hojas secas del otoño y la nieve.
No tenía amigos, ni los quería.
Vivía sin querer afrontar el mundo real, queriendo ser diferente.
Mi imaginación era mi mejor amiga, y la única.
La soledad me tranquilizaba.
Odiaba (y odio) que me dijeran cómo debía pensar y actuar, que me intentaban hacer normal.
Nunca lo he sido.
Recuerdo que podía pasar horas mirando las partículas de polvo flotar en un rayo de sol, imaginando que cada una era un pequeño universo repleto de historias.
Leía, leía, me creí mis cuentos. Me adentraba en cada página como si fuera una piscina de letras, quería vivir para siempre en una historia. Pero siempre se terminaban.
Crecí. Empecé a pensar como los mayores que tanto odiaba.
Pero nunca he llegado a ser como ellos.
Descubrí la música. Aprendí a escucharla, no oírla. A vivirla, no sentirla.
A que recorriera mi cuerpo, a pinchármela en vena para que llegara a mi cerebro.
Me dio alas.
Pero me han arrancado las plumas una a una.
Ahora me odio por no haber aprendido a volar, por no haber luchado.
Porque lo necesito, o peleo por lo que quiero o me ahogaré en lágrimas.
Me odio por haberme acostumbrado a ese lugar vacío y frío que me encuentro cada noche en mi cama.
A llamar y que nadie venga.
A no ser feliz.
Me odio tanto...